jueves, 31 de marzo de 2011

En mapudungun "Chaitén" significa canasto de agua.

Llegamos de casualidad a esa ciudad. Recuerdo que llovía y todo estaba oscuro, confundidas por la novedad y el viaje empezamos andar con el objetivo de buscar cobijo para la noche ignorando el paisaje que nos ofrecía tal lugar. 
Estafadas, así nos sentimos cuando logramos instalarnos en una habitación no muy amigable. Para entonces, ya estábamos acostumbradas a dormir en cualquier sitio, pero no dispuestas a pagar cualquier precio simplemente por ser cuatro muchachas del aclamado "primer mundo". ¿Qué era eso de no tener ni luz ni agua potable en una casa? Es que no estábamos perdidas en la Patagonia, nos encontrábamos ya en la supuesta "civilización". 
Ingenuas, salimos a por algo de comida, teníamos mucha hambre esos días y ya nos escaseaba demasiado el dinero. No recuerdo bien qué compramos, pero si sé que nos supo a poco. Pero lo inquietante no fue eso, no, lo que nos produjo inestabilidad es que no había apenas nadie en la calle, ni siquiera perros, esos animales callejeros que abundan en toda Chile. ¿Y saben qué? El suelo estaba lleno de ceniza. ¿Y la pesada niebla que nos impedía ver al final de la calle el hermoso Pacífico? Por aquel entonces empezábamos a preguntarnos ya aquello de "¿Qué coño le pasa a este lugar?"
Que cosas tiene la ignorancia lectores. Fue la mujer de la pensión la que nos contó toda su versión y toda su vivencia en ese lugar, Chaitén. Recuerdo que lo grabamos en vídeo, más que nada para acordarnos de las escabrosas y duras palabras que salían por aquella agridulce voz en una cocina alumbrada por dos velas y llena de humo de tabaco.
Podrían llorar y todo, os lo juro. Pero eso no cambiaría nada, ya nos lo dijo ella.
Imaginad que un volcán despierta y deja vuestra ciudad llena de fantasmas. ¿Es útil luchar y reconstruir esa ciudad aún sabiendo que sigue despierto el volcán?